viernes, 6 de noviembre de 2009

Muy lejos de mis blancos zapatos, esos zapatos que ensucié por correr tras él, y decidida a caminar descalza lo que quedara de sendero, intenté pisar con firmeza las hojas secas que caían de los árboles, quería escucharlas gritar por mí. Pero el intento de cerrar mi boca y ocultar mi verdad, resultó poco fructífero. Mi cuerpo entero decía lo que yo no quería contar y las hojas secas nunca me quisieron ayudar. De mis ojos brotaba un río y, sin ser precisamente el mar Muerto, en sus aguas llevaban mi vida. En aquel instante, recordé que desdee pequeña gozaba con el crujir de las hojas caídas bajo mis pies, disfrutaba pasar sobre las huellas que los descuidados árboles dejan en invierno. Y me aferré a ese recuerdo...
Mis pies se ensuciaron con el barro que dejó el río, la tierra que arrastré y las hojas secas de los árboles. Y ya no podré aparecer así frente a nadie, nadie me va a querer con los pies sucios...